Permítanme, mis queridos lectores, un pequeño paréntesis en las tribulaciones, andanzas y desventuras de nuestro querido Polaina con el único fin de firmar un nuevo artículo perteneciente a la sección “Que rancio era mi valle” y que sin lugar a dudas hará las delicias de grandes y pequeños. Se dividirá en tres secciones: 1. "Breve bosquejo del asunto". 2. "Fauna de los recreativos (finales de los 80)" y 3. "Videojuegos míticos y trucos para pasarse la pantalla".
Hubo un tiempo en que la infancia-adolescencia española no tenía a donde ir por las tardes. Es decir, cuando el gélido viento de los meses de invierno hacía imposible la permanencia por más de cinco minutos en patios cochinos, soportales mugrientos, parques llenos de cacas de perro y bancos devencijados plagados de pieles de pipas y lapos, lo de subir a casa de los colegas a jugar a la Play 2 era una entelequia, un anhelo imposible. Y es que, por increíble que parezca, la Play 2 no existía. En su lugar la zagalería de finales de los 80 solo disponía como elemento lúdico-electrónico hogareño (en el mejor de los casos) de una serie de subproductos informáticos a cual de todos más infecto y cochambroso, con nombres extraños a más no poder. Me refiero a “cajas de zapatos con teclas” de la categoría del MSX, Spectrum y Amstrad CPC todas ellas con sus unidades de casette garruleras que tardaban del orden de una a dos horas para hacer los cálculos que llevarían a un ser humano siete minutos. Eran lentos, eran malos, eran infumables, eran perniciosos…pero mire usted por donde, se usaban…porque no había otra cosa.
Gracias a Dios y a la iniciativa de una serie de prohombres que es justo nombrar en este artículo, la falta de un Agora adolescente donde los púberes y no tan púberes disfrutaran despreocupadamente de su tiempo libre mientras sus hormonas estrogénicas iban haciendo de las suyas quedo solventada con la apertura de una serie de pequeñas y medianas empresas que aprovecharían el boom de la informática que palpaba en la sociedad (yo también ví TRON cuando era pequeño y lo flipé). Nos estamos refiriendo a…LOS RECREATIVOS!!!!
Nombres tan singulares como Fenoca, Number One, Acuario, Vidal, Patomas, Carim…se han quedado grabados a fuego en nuestras neuronas como las tablas de multiplicar que no pasan del cinco. Pero dejémonos de sentimentalismos e ilustremos a a las nuevas generaciones acerca de estos nichos de felicidad callejera que por desgracia han desaparecido de nuestros barrios para ser sustituidos por locutorios y kebabs. Tiene cojones la cosa...
Un recreativo (o recre) era más o menos un local o bajo comercial de tamaño medio o grande cuyo único mobiliario comprendía una barra donde se alojaba el responsable del recreativo llamado en algunos casos “el jefe”. “El jefe”, dueño o no del cotarro, tenía como única función dar cambio en monedas de 25 pesetas (o cinco duros en el argot) a aquellos chavales que poseedores de monedas doradas de 100 pesetas (o veinte duros en el argot), preferían dilapidar en ocio pasajero cibernético en lugar de ahorrar para vaya usted a saber que menesteres (droga, sin ir más lejos). Otras funciones de “El Jefe” eran encargarse del correcto funcionamiento de los dispositivos electrónicos, pasar un mocho muy de vez en cuando por el local y controlar a la tropa de furibundos adolescentes de tal manera que no deterioraran o deteriorasen el equipamiento del negocio merced a los rabiosos ataques de ira e impotencia que se sucedían frecuentemente. Algunos “jefes” llegaron a implantar un severo código de conducta en sus locales para impedir todo tipo de blasfemias, exabruptos y palabras malsonantes proferidas en el transcurso de las actividades allí acometidas.
Y es que el protagonista esencial de un recreativo eran sus “máquinas”. Llamamos cariñosamente “máquinas” a aquellos armatostes oscuros lacados en contrachapado negro que incluían amen de un práctico apoyacigarros, un monitor telefunken requemado donde la visibilidad plena era una quimera, una pareja de joysticks con sendos botones rojos (con unas connotaciones fálicas evidentes) y un videojuego de 16 bits en forma de superchip (que más que chip era chop) de temática variada y gráficos perruneros. Esta máquina funcionaba a base de dinero de tal manera que por cada moneda que introducíamos la inteligencia artificial (por decir algo) alojada en la tarjeta integrada, nos asignaba un “crédito” o derecho a juego. La intrínseca dificultad del videojuego junto a nuestra probada incapacidad para superar los retos que se nos proponían hacia el resto, y en no más de 15 minutos el crédito se agotaba irremediablemente obligándonos a insertar mas “coins” o monedas para continuar en el juego. La de fortunas que habremos gastado en estas maquinitas del demonio…echen cuentas, echen.
Los adolescentes de la época esperaban ansiosos las novedades en cuanto nuevos videojuegos se refiere y ah! del pobre recreativo que no renovara regularmente su oferta disponible. ¡Podía hundirse en la miseria más absoluta! Hablaremos de la oferta en nuestra tercera entrega, no se preocupen. Por aquel entonces, la chavalería no solo sabía localizar un determinado videojuego en cualesquiera de los recreativos de su barriada, sino también el nivel de dificultad que “el jefe” había preconfigurado en la misma o “cuanto la había picado” así como el nivel de afluencia a la misma.
Pero no todo eran “electronical devices” my friend, un recreativo que se preciara también tenía hueco para los juegos con solera. Me estoy refiriendo al futbolín y al ping-pong (en menor medida). Juegos para generaciones más viejunas que difícilmente podían subirse al carro de la informática. Y es que el futbolín tenía ese aire romántico y decadente y ese sonido tan característico, entre metálico y punzante, que hoy por hoy sabríamos reconocer con los ojos vendados. Y pocos serán aquellos que no hayan pasado tardes enteras agarrados a los pomos de madera en forma de cipote que gastaban como mandos. Por otra parte, una ventaja primordial de estos dispositivos arcaicos era que por el módico precio de 25 pesetas, hasta 4 jugadores podían beneficiarse de una larga partida. De nuevo, el conocimiento callejero permitía saber que futbolines y de que recreativos, no solo la disposición de los jugadores en el campo defensa-mediocampo-delantera (2-3-5 o 3-4-4 eran las combinaciones más usuales) sino también aquellos futbolines que contenían mayor número de bolas con el fin de prolongar ad nauseam el divertimento vespertino. Únicas reglas a convenir: 1.Prohibido el pase de delantero a delantero, por cabrón, ya que tiene que pegar en la pared primero y 2.Si te quedas a cero goles, la pareja perdedora está obligada a pasar por debajo del futbolín aun a riesgo de recoger con los pantalones la ingente cantidad de mierda en forma de pelusas y colillas que poblaba el bajo de cualquier futbolín. Reglas inocentes que lo único que buscaban era espabilar al personal y no como ahora que los niños parecen subnormales profundos y les engaña cualquiera. La culpa siempre de los padres...
Hay que admitirlo. Como si de una droga se tratase, los recreativos eran auténticas factorías de la ludopatía infantil. Pero no hacían daño a nadie. No conocemos a ningún dueño de recreativo que tras su periplo empresarial se haya convertido en un importante capitoste político, en un socio de Marina D´Or Ciudad de Vacaciones o en presidente de Polaris World. Me atrevería a decir que esta gente no gano dinero con estas iniciativas. Más su único consuelo debe ser que gracias a los “recres”, gracias a esta inmensa y altruista obra social, toda una legión de jóvenes españoles además de ejercitar sus reflejos y agilidad mental a base de quemarse las retinas y desarrollar un síndrome de túnel carpiano, dieron sus primeros pasos en el apasionante mundo de una nueva ciencia, la informática, que iba a cambiar sus vidas en tantos aspectos, que ya nada iba a ser igual.
Lo dicho, mejor estar por las tardes dejándose los cuartos en inocuas partidas de “Bubble Bobble” que estar por ahí jugando con porros o algo peor…
Hubo un tiempo en que la infancia-adolescencia española no tenía a donde ir por las tardes. Es decir, cuando el gélido viento de los meses de invierno hacía imposible la permanencia por más de cinco minutos en patios cochinos, soportales mugrientos, parques llenos de cacas de perro y bancos devencijados plagados de pieles de pipas y lapos, lo de subir a casa de los colegas a jugar a la Play 2 era una entelequia, un anhelo imposible. Y es que, por increíble que parezca, la Play 2 no existía. En su lugar la zagalería de finales de los 80 solo disponía como elemento lúdico-electrónico hogareño (en el mejor de los casos) de una serie de subproductos informáticos a cual de todos más infecto y cochambroso, con nombres extraños a más no poder. Me refiero a “cajas de zapatos con teclas” de la categoría del MSX, Spectrum y Amstrad CPC todas ellas con sus unidades de casette garruleras que tardaban del orden de una a dos horas para hacer los cálculos que llevarían a un ser humano siete minutos. Eran lentos, eran malos, eran infumables, eran perniciosos…pero mire usted por donde, se usaban…porque no había otra cosa.
Gracias a Dios y a la iniciativa de una serie de prohombres que es justo nombrar en este artículo, la falta de un Agora adolescente donde los púberes y no tan púberes disfrutaran despreocupadamente de su tiempo libre mientras sus hormonas estrogénicas iban haciendo de las suyas quedo solventada con la apertura de una serie de pequeñas y medianas empresas que aprovecharían el boom de la informática que palpaba en la sociedad (yo también ví TRON cuando era pequeño y lo flipé). Nos estamos refiriendo a…LOS RECREATIVOS!!!!
Nombres tan singulares como Fenoca, Number One, Acuario, Vidal, Patomas, Carim…se han quedado grabados a fuego en nuestras neuronas como las tablas de multiplicar que no pasan del cinco. Pero dejémonos de sentimentalismos e ilustremos a a las nuevas generaciones acerca de estos nichos de felicidad callejera que por desgracia han desaparecido de nuestros barrios para ser sustituidos por locutorios y kebabs. Tiene cojones la cosa...
Un recreativo (o recre) era más o menos un local o bajo comercial de tamaño medio o grande cuyo único mobiliario comprendía una barra donde se alojaba el responsable del recreativo llamado en algunos casos “el jefe”. “El jefe”, dueño o no del cotarro, tenía como única función dar cambio en monedas de 25 pesetas (o cinco duros en el argot) a aquellos chavales que poseedores de monedas doradas de 100 pesetas (o veinte duros en el argot), preferían dilapidar en ocio pasajero cibernético en lugar de ahorrar para vaya usted a saber que menesteres (droga, sin ir más lejos). Otras funciones de “El Jefe” eran encargarse del correcto funcionamiento de los dispositivos electrónicos, pasar un mocho muy de vez en cuando por el local y controlar a la tropa de furibundos adolescentes de tal manera que no deterioraran o deteriorasen el equipamiento del negocio merced a los rabiosos ataques de ira e impotencia que se sucedían frecuentemente. Algunos “jefes” llegaron a implantar un severo código de conducta en sus locales para impedir todo tipo de blasfemias, exabruptos y palabras malsonantes proferidas en el transcurso de las actividades allí acometidas.
Y es que el protagonista esencial de un recreativo eran sus “máquinas”. Llamamos cariñosamente “máquinas” a aquellos armatostes oscuros lacados en contrachapado negro que incluían amen de un práctico apoyacigarros, un monitor telefunken requemado donde la visibilidad plena era una quimera, una pareja de joysticks con sendos botones rojos (con unas connotaciones fálicas evidentes) y un videojuego de 16 bits en forma de superchip (que más que chip era chop) de temática variada y gráficos perruneros. Esta máquina funcionaba a base de dinero de tal manera que por cada moneda que introducíamos la inteligencia artificial (por decir algo) alojada en la tarjeta integrada, nos asignaba un “crédito” o derecho a juego. La intrínseca dificultad del videojuego junto a nuestra probada incapacidad para superar los retos que se nos proponían hacia el resto, y en no más de 15 minutos el crédito se agotaba irremediablemente obligándonos a insertar mas “coins” o monedas para continuar en el juego. La de fortunas que habremos gastado en estas maquinitas del demonio…echen cuentas, echen.
Los adolescentes de la época esperaban ansiosos las novedades en cuanto nuevos videojuegos se refiere y ah! del pobre recreativo que no renovara regularmente su oferta disponible. ¡Podía hundirse en la miseria más absoluta! Hablaremos de la oferta en nuestra tercera entrega, no se preocupen. Por aquel entonces, la chavalería no solo sabía localizar un determinado videojuego en cualesquiera de los recreativos de su barriada, sino también el nivel de dificultad que “el jefe” había preconfigurado en la misma o “cuanto la había picado” así como el nivel de afluencia a la misma.
Pero no todo eran “electronical devices” my friend, un recreativo que se preciara también tenía hueco para los juegos con solera. Me estoy refiriendo al futbolín y al ping-pong (en menor medida). Juegos para generaciones más viejunas que difícilmente podían subirse al carro de la informática. Y es que el futbolín tenía ese aire romántico y decadente y ese sonido tan característico, entre metálico y punzante, que hoy por hoy sabríamos reconocer con los ojos vendados. Y pocos serán aquellos que no hayan pasado tardes enteras agarrados a los pomos de madera en forma de cipote que gastaban como mandos. Por otra parte, una ventaja primordial de estos dispositivos arcaicos era que por el módico precio de 25 pesetas, hasta 4 jugadores podían beneficiarse de una larga partida. De nuevo, el conocimiento callejero permitía saber que futbolines y de que recreativos, no solo la disposición de los jugadores en el campo defensa-mediocampo-delantera (2-3-5 o 3-4-4 eran las combinaciones más usuales) sino también aquellos futbolines que contenían mayor número de bolas con el fin de prolongar ad nauseam el divertimento vespertino. Únicas reglas a convenir: 1.Prohibido el pase de delantero a delantero, por cabrón, ya que tiene que pegar en la pared primero y 2.Si te quedas a cero goles, la pareja perdedora está obligada a pasar por debajo del futbolín aun a riesgo de recoger con los pantalones la ingente cantidad de mierda en forma de pelusas y colillas que poblaba el bajo de cualquier futbolín. Reglas inocentes que lo único que buscaban era espabilar al personal y no como ahora que los niños parecen subnormales profundos y les engaña cualquiera. La culpa siempre de los padres...
Hay que admitirlo. Como si de una droga se tratase, los recreativos eran auténticas factorías de la ludopatía infantil. Pero no hacían daño a nadie. No conocemos a ningún dueño de recreativo que tras su periplo empresarial se haya convertido en un importante capitoste político, en un socio de Marina D´Or Ciudad de Vacaciones o en presidente de Polaris World. Me atrevería a decir que esta gente no gano dinero con estas iniciativas. Más su único consuelo debe ser que gracias a los “recres”, gracias a esta inmensa y altruista obra social, toda una legión de jóvenes españoles además de ejercitar sus reflejos y agilidad mental a base de quemarse las retinas y desarrollar un síndrome de túnel carpiano, dieron sus primeros pasos en el apasionante mundo de una nueva ciencia, la informática, que iba a cambiar sus vidas en tantos aspectos, que ya nada iba a ser igual.
Lo dicho, mejor estar por las tardes dejándose los cuartos en inocuas partidas de “Bubble Bobble” que estar por ahí jugando con porros o algo peor…
En el próximo post, veremos la curiosa fauna que habitaba en los recres en una nueva nota nostálgica que ya viene siendo habitual en este blog