Me debo a mis lectores, por tanto. Soy una puta literaria y lo reconozco. ¿Quieren que “La Neuralgia del Trigémino” complete sus errantes y vacías vidas con nuevas “tontunas y chuminadas”? Haberlo dicho antes.
Estas últimas semanas, unas fiebres tercianas me han mantenido postrado en mi lecho en una actitud francamente ociosa. He tenido tiempo suficiente como para reorganizar el inmenso legado familiar que mora en parte del ala derecha de mi mansión. Y por casualidades del destino he podido leer con una pasión inusitada el “Diario Juvenil” de uno de mis bisabuelos terceros, Lord Henry de Westendgames, británico a la sazón que posteriormente trasladaría su residencia a la Piel de Toro, hastiado de lo insípido del clima y la cocina inglesas. Este Lord, destacaba por su carácter afable y socarrón amén de por su amor a la vida contemplativa y al goce de las maravillas que la Madre Naturaleza le proporcionaba.
En el diario que ahora tengo entre mis manos, se halla descrita una de las epopeyas más desconocidas pero a la vez más hermosas de la Historia de las Exploraciones emprendidas por el Hombre. Esta historia mítica que pronto pasaré a relatar, conjuga tragedia, drama, valor, honor y éxito a partes iguales y no desmerece en absoluto si la comparamos con otros ejemplos de coraje más conocidos por el gran público como fueron las exploraciones antárticas de Scott, Shackelton o Admunssen o las grandes sagas nórdicas de Nansen y Peary, por poner algunos ejemplos. Pero pasemos, sin más dilación a conocer las tribulaciones de un tipo de hombres que por desgracia han dejado de existir: hombres de verdad, con todas las letras.
En 1903, Lord Henry, se traslada a vivir al norte de la provincia de Alicante, en la soleada España. Una excusa para disfrutar de los placeres de la vida ibérica y poder practicar uno de sus “hobbys” favoritos, el senderismo, en las intrincadas cadenas montañosas de la Sierra de Aitana, Serrella o Mariola, repletas de parajes de gran belleza así como de peligrosas, frías y remotas cimas solo al alcance de los más osados.
A los poco meses de contraer matrimonio con una hija de la nobleza local, decide invitar a dos de sus mejores amigos de los tiempos del “College” en Oxford, amantes así mismo del inexplicable goce de subir montañas y recorrer barrancos cual cabras montesas, para compartir el placer de la ascensión al titánico pico “Menejador” situado en lo más alto de la Sierra de la Font Roja, atiborrada de nieve por aquel entonces, fruto de una inesperada ola de vientos siberianos. Estos camaradas son, el hijo del baronet de Avalon Hill, Lord William Quest y el no menos importante hijo de Sir Robert, Duque de Sarum (Salisbury), Sir Ferdinand d´Ulbius y Chasioum, que aceptan de muy buen grado el ofrecimiento de su antiguo compañero de correrías y corren prestos a reservar billete en el primer vapor con destino a Alicante.
Los preparativos se desarrollan sin incidentes dignos de mención y así una gélida mañana de invierno comienzan la ascensión al pico, ataviados con sus mejores pertrechos. Las primeras horas, obnubilados por los bellos parajes nevados de la sierra, nuestros hombres los dedican a proferir chanzas unos de otros y recordar tiempos pasados en el “College”. Las risas se suceden y el ambiente se hace alegre y distendido. Nadie podría prever por aquel entonces, como cambiarían las tornas y el cúmulo de desgracias que se abatiría sobre el grupo.
Bucólica estampa del paraje Alicantino. Sir Ferdinand (izquierda) y Lord William (derecha) posan despreocupadamente, ajenos a lo que se avecina. (Foto Cortesia Fundación Greg Stafford)
En una ascensión rápida y técnicamente perfecta, Henry, William y Ferdinand, hollan la cumbre del pico Menejador en pocas horas. Gracias al pequeño daguerrotipo que Ferdinand portaba consigo, tenemos un documento visual del momento, si bien la calidad de las emulsiones ha empeorado sobremanera durante todo este largo tiempo. Pido disculpas de antemano. Es en la cima, donde nuestros aventureros descansan un momento para retomar fuerzas a base de un frugal almuerzo, ya que les queda sin duda un largo trecho de vuelta al campamento base. Nada más ni nada menos que una vuelta completa de más de 15 millas a una sierra cubierta de nieve y hielo.
Sir Ferdinand y Lord William admiran, mientras degustan un frugal almuerzo, las vistas desde el pico del Menejador. (Foto Cortesia Fundación Greg Stafford)
Surge el primer contratiempo que devendría en fatalidad. Inexplicablemente, la suela del calzado de montaña de William comienza como a cuartearse. Ferdinand y Henry le restan importancia y proponen continuar con la vuelta a sabiendas que les distanciaría del punto de regreso en caso de necesidad. No fue una sabia decisión como luego veremos. Pero en aquel momento, nuestros hombres, jóvenes, fuertes y experimentados se consideraban poco menos que Dioses paseando por sus dominios y creían que nadie podría hacerles mella. ¡Cuanta soberbia juvenil, y cuantos males habrá causado a lo largo de las épocas!
A medida que se prolonga la excursión, las botas de William se resienten más y más ofreciendo un aspecto lastimero. A duras penas la suela se tiene en pie y el cuero deja pasar más agua, nieve y humedad que retener. Los pies de William comienzan a enfriarse y el caminar entre el hielo y las rocas deviene algo cada vez más costoso. Se decide volver, pero ya todo da igual, ya que la ruta de regreso apenas difiere si se vuelve por el mismo camino que si se da la vuelta completa que en principio tenían planeada.
Plano picado que muestra el sufrimiento de Lord William y el triste estado de unas botas que se deshicieron en apenas unas horas. (Foto Cortesia Fundación Greg Stafford)
Henry y Ferdinand son conscientes del sufrimiento de William, que a duras penas avanza entre la nieve apretando los dientes, sin proferir queja alguna. Los hombres callan, sabedores de que queda un largo camino de retorno y que será difícil que las botas de William aguanten, y más si cabe cuando son un legajo de cuero empapado y la suela se ha perdido completo…William lleva una hora caminando sobre sus calcetines y por honor, no le ha dicho nada a sus compañeros para no preocuparlos mas de la cuenta. Solo así es capaz de sufrir todo un caballero inglés sin mostrar dolor siquiera.
La marcha se torna en tragedia. Las horas se suceden y la sierra no se acaba. Los antaño bucólicos parajes se tornan en escenarios gélidos de la desesperación. Ferdinand reprocha inútilmente a William la mala elección de su calzado y William se enfurece sobremanera. Henry intenta apaciguar los ánimos pues sabe que en esta situación lo peor que podría pasar es que se perdiera la calma, además de un par de botas de dudosa calidad, ya que en este supuesto peligraría la vida de los tres integrantes.
Llega un momento en el que William no puede más y así lo hace saber a los otros. Las piedras se clavan en sus atenazados y mojados pies. Henry explora las extremidades de su compañero que en la última hora han adquirido una peligrosa tonalidad azul. “Habrá que cargar con él”, concluye, para luego echarse a su compañero a la espalda con la esperanza de poder llegar así al campamento. De nuevo la solución es estéril y apenas puede andar unos metros con su compañero a la espalda.
Solo hay una salida y el trío comienza a intuirla en su fuero interno. Deben dejar a William en la montaña, mientras Ferdinand y Henry regresan al campamento base. Allí, uno de ellos se quedará al abrigo del fuego y el otro cogerá las botas intactas y los calcetines secos del compañero, volverá a desandar el camino andado y traerá a William de vuelta.
Sin duda, una decisión arriesgada y llena de posibles contratiempos. William extenuado y dolorido decide esperarles mientras se abriga los pies con el abrigo que Henry le cede. Con fuertes abrazos y lágrimas en los ojos, el trío se despide pensando en que puede ser la última vez que estén juntos. Abandonado a su suerte en un recodo nevado y desolador, el tiempo es ahora el enemigo a batir, y así Ferdinand y Henry comienzan una incesante carrera por la vida de su compañero.
En una epopeya que “recordarán las tres razas” (parafraseando a Tolkien), Ferdinand y Henry corren entre la nieve a pleno pulmón, descendiendo la montaña, mientras sus corazones laten con tanta fuerza que parecen que quieran salirse del pecho. Pero en la mente de estos hombre, no hay lugar para el cansancio, para el abandono, para la derrota…solo una idea en la mente les guía: traer de vuelta a William, sano y salvo, rescatar a su camarada de las fauces de la muerte. En unas horas llegan al campamento base, exhaustos y agotados. Parecía que todo había acabado, pero sin lugar a dudas ahora comenzaba la parte más crítica del rescate: ahora uno de ellos tenía que reascender la ruta lo más rápidamente posible.
Es en esos momentos, cuando la forja de los héroes sale a la luz, cuando apenas queda un resquicio de salvación, cuando todo está perdido, cuando ya no hay esperanza. Ferdinand se presta voluntario y sin apenas descansar ni para tomar el resuello, coge el calzado y los calcetines de Henry se despide de él y retoma el tortuoso camino de ascenso. Henry le mira partir temeroso de perder a dos de sus amigos en la misma montaña. No puede dejar de pensar en que tal vez sus errores, han provocado que las invitaciones a sus dos amigos se hayan convertido en sendas tumbas…y la espera se le hace eterna. Nada puede hacer ya. Todo está en manos del cruel destino.
Poco o nada conocemos de la colosal ascensión de Sir Ferdinand y de los pensamientos que se seguramente se agolparon en su mente durante la segunda ascensión. Me atrevo a decir que todos sus miedos en aquellos momentos fueron superados por el inmenso sentido del deber que ha caracterizado a la gloriosa familia Ulbius durante años, ya fuera en otros escenarios como la invasión Zulú en las colonias africanas, la guerra contra las 13 colonias americanas, o el desembarco de Crimea. Solo así se explica que Ferdinand, todo un caballero inglés, lograra su cometido y trajera de vuelta a William entero y de una pieza.
No me extenderé en detalles, pero el reencuentro fue celebrado por los tres que de nuevo entre abrazos, risas nerviosas y no pocas lágrimas, mostraron sin reparos la inquebrantable amistad que les unía. Y es que no todas las lágrimas vertidas han de ser producto de la pena y la tristeza…
La historia se convierte en mito, el mito en leyenda y hoy quedan pocos habitantes en esas sierras que recuerden la gran aventura de los tres ingleses. Recientemente las autoridades de la región han recibido una propuesta anónima para la instalación de una placa conmemorativa de una de las más grandes epopeyas vividas por el ser humano, si bien mucho me temo que caerá en saco roto, más si tenemos en cuenta la facilidad con la que el hombre tiende a olvidar la grandeza y ejemplo de sus semejantes.
¡Sirva pues, este, su blog, para dar fe de las hazañas de estos tres grandes hombres!
PD. El lector, emocionado por el relato, sin duda, se preguntara ahora…¿Qué fue de ellos?
Lord William Quest, hijo del Baronet de Avalon Hill. Se doctoró en Medicina y fue médico en el 6 regimiento de Infantería de Su Majestad en la Gran Guerra. Desapareció en la batalla del Somme y nunca fue encontrado su cuerpo. Algunos creen que sobrevivió pero sufriendo una amnesia total y probablemente se estableciera en Francia, acabadas las hostilidades, como viticultor de cepas Cavernet-Sauvignon creando la archifamosa marca de caldos “Guillem du Generthel”, de reconocida calidad y prestigio.
Sir Ferdinand d´Ulbius y Chasioum. Se declaró desertor cuando fue llamado a filas y huyó del país con destino a las remotas tierras de Nueva Zelanda, donde se estableció como ganadero ovino y empresario textil con gran éxito. Con una visión inédita para la época, diseñó unos revolucionarios telares que funcionaban con tarjetas perforadas codificadas, sentando las bases de lo que en futuro se llamaría “programación informática”. Años después, la empresa Microsoft, compra los diseños originales de Ferdinand para lanzar poco después al mercado el software MS-DOS.
Lord Henry de Westendgames. Tras finalizar sus estudios, se dedico de lleno al mundo de laboratorio. Patentó uno de los primeros antibióticos de amplio espectro antimicrobiano y cedió la patente a los Aliados durante la Segunda Guerra Mundial. En pago por los servicios prestados y por la capital importancia de sus hallazgos, el general Ike Eisenhower en nombre del pueblo norteamericano, le regala un atolón en el pacifico sur para su goce y disfrute. Será allí, donde pase sus últimos años rodeado de jóvenes nativas tahitianas ninfómanas. Muere gordo, pero feliz.
3 comentarios:
la espera ha merecido la pena...
una leyenda brutal. espero que algún día podamos subir allí y poder elogiar tan magnifica placa conmemoratíva.
reciba un calido abrazo.
El mejor post que he leido en mucho, mucho tiempo.
si trabajara en al filo de lo imposible, lo vería más gente seguro.
Su texto es bastante fiel a otras anotaciones que he leido de Sir Ferdinand d´Ulbius y Chasioum, que fueron encontradas en algunos legajos de la biblioteca de Oxford y transcritos posteriormente en uno de los primeros archivos de texto informático en ASCII que se conocen.
En dichas notas se mencionan detalles de como el aguerrido Ferdinand subió en solitario desde la Font Roja, corriendo con botas de montaña, cuesta arriba, haciendo caso omiso de los improperios de algún que otro viandante que se encontraba por la zona.
Se dice igualmente que recibió serias amenazas por parte de un grupo de lugareños que pretendían impedir de alguna manera dicha hazaña. No se mencionan detalles.
Se cuenta también que la posterior pitanza fue digna de elogio.
Sir William nunca volvió a ser el que era...
quique,
tiene usted una verborrea que tira de espaldas. Muy divertida la leyenda, sí señor.
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